SALA I
La existencia de un alfar islámico (siglo X), recién descubierto, confiere a este espacio una importante dimensión arqueológica, a la que no resultan ajenas las espléndidas veneras visigodas (siglo VII) que se acomodan en el mismo; pero cabe señalar que, si el alfar identifica al referido espacio como zona industrial de la ciudad islámica, las veneras no afirman la existencia de un anterior edificio visigodo, ya que pueden ser piedras traídas de algún otro lugar.
En esta sala ofrecemos también los datos principales a cerca del origen y extensión primera de la diócesis pacense hasta el siglo XIX, así como la planta de la Catedral de San Juan Bautista en los sucesivos momentos de su edificación, a partir del siglo XV, cuando comienza a abandonarse la antigua “See de Santa María” en el recinto de la Alcazaba islámica. Algunos documentos medievales ilustran uno y otro suceso.
SALA II
En toda Catedral se desarrolla una variada actividad litúrgica. Puede decirse que ella representa, bajo la presidencia del Pastor de la Diócesis, el lugar por excelencia de la celebración de los Sacramentos de la Iglesia. En la Catedral tiene también lugar la consagración del Crisma y la bendición de los Óleos, precisos para la celebración del Bautismo, las Sagradas Órdenes, la Unción de los enfermos... El canto coral de la Horas litúrgicas y la celebración solemne de la Santa Misa son, por otra parte, actividades diarias del Cabildo o corporación de canónigos de la Catedral.
Aunque se reiteren en las estancias del Museo diversas piezas de platería reservadas para el culto divino o algunos ejemplares magníficos de libros de corales, hemos seleccionado en este espacio un conjunto de objetos de diversos siglos, labrados en materiales nobles y relacionados con la celebración de la Santa Misa (vinajeras, cáliz, copón, los ya en desuso portapaces, etc.), con la veneración eucarística (custodia, naveta, incensario), con la misa crismal y otras ceremonias. Si una pequeña mesa de altar, recientemente revestida, quiere simbolizar la centralidad del altar en la liturgia cristiana, la contemplación de alguno de los suntuosos frontales con los que se adorna dicha mesa nos confirma la idea.
SALA III
La época relativamente moderna durante la que se construyó la Catedral de San Juan Bautista, como hemos indicado (Sala I), explica, en alguna medida, el por qué no existen en la misma obras artísticas de carácter plástico anteriores al siglo XVI. Las primeras muestras de pintura que pueden contemplarse en esta Sala pertenecen a dos de la Capillas de esa misma centuria; se trata de las dos tablas, el Abrazo de San Joaquín y Santa Ana ante la Puerta Dorada y La Anunciación, que pertenecieron al políptico de la capilla de la Encarnación, datables en los inicios del siglo XVI, y del pequeño Retablo de las Tribulaciones de Nuestra Señora, tríptico de hacia 1530, que originariamente albergó la capilla bautismal. Son obras que nos recuerdan el reciente ornato del templo catedralicio, conforme avanza la fábrica del mismo hacia su conclusión. Momento cumbre de ese ornato se alcanza en los comienzos de la segunda mitad del siglo XVI, como puede advertirse con las soberbias muestras del pintor Luis de Morales, apodado el Divino, de la que destacamos su Piedad (1553), primera en la larga serie que efigiaría el genial artista.
En otras Salas (V y VI) se podrán contemplar las singulares obras de los siglos XVI al XVIII que vinieron a incrementar el ornato del templo con una variada iconografía religiosa, de carácter devocional. Muchas de estas obras se deben a la donación o al mecenazgo de los propios obispos diocesanos, del clero catedralicio o de fieles laicos de la ciudad. Como rico muestrario de tales donaciones, que también contribuyeron al ornato del templo y de otras estancias de la Catedral, se visionan en esta Sala los sin par marfiles filipinos de mediados del siglo XVII (San Miguel Arcángel y San Juan Bautista) y una reducida, pero bien importante colección de pintura sobre cobre.
SALA IV
La generosa donación del pintor y muralista Julián Pérez Muñoz (Badajoz, 1927) de los bocetos de los murales y retablos pintados para diversas iglesias de la Provincia en los años cincuenta y sesenta, así como de los estudios y bocetos para el Vía Crucis de la Catedral, suponen la incorporación a los fondos antiguos del Museo de obras del mejor arte religioso del siglo XX, dentro de una figuración ya renovada. De algún modo esta Sala se convierte en punto de diálogo con las mejores obras del pasado, que el propio paso del tiempo se encargó de seleccionar, y con las que puntualmente se pueden ir incorporando del inmediato futuro.
SALAS V-VII Y CLAUSTRO
A las Salas del Museo que ya existían (semisótano de la nueva Sala Capitular, de finales del siglo XVII; antigua Sala Capitular y Contaduría, de la primera mitad del siglo XVI), les asignamos la numeración V, VI y VII. Desde la antigua Sala Capitular se accede al luminoso Claustro (1500-1520), obra singular en su género, atribuida a maestros lusos.
El contenido de las mismas apenas ha experimentado cambios desde el montaje de 1992, salvo el traslado de las obras de Morales y algunas otras de carácter suntuario al nuevo espacio; obras que han sido sustituidas por otras interesantes muestras recuperadas de los fondos catedralicios o recibidas por donación y depósitos, incrementándose, por estos capítulos, el número de obras expuestas. En este sentido, sigue teniendo validez la breve Guía del Museo de la Catedral de Badajoz que nos avisa en la Sala V de la maravillosa Madonna con el Niño del discípulo de Donatello, Desiderio de Settignano, o de las obras del pintor Palomino, como su celebrada Inmaculada; en la Sala VI permanece la Inmaculada orlada de flores, que la crítica más exigente no duda en atribuir al pintor de las flores, Juan de Arellano, y en la Sala VII, la Custodia procesional, obra importante de la platería vallisoletana de mediados del siglo XVI, que debemos al platero Juan del Burgo. En el ándito amable del Claustro la pintura de gran formato adorna sus muros con señaladas muestras del madrileño Antonio de Monreal (primera mitad del siglo XVII), del granadino Pedro Atanasio Bocanegra (segunda mitad del siglo XVII) y del sevillano-badajoceño, Alonso García de Mures (primera mitad del siglo XVIII).
Su visita concluye en el espacio luminoso del Claustro; pero todavía le invitamos a que, desde el mismo, entre en la iglesia Catedral. Aunque en ella puede admirar piezas tan importantes como la sillería coral, de mediados del siglo XVI, o el exuberante y barroco retablo mayor (1717), le animamos a que valore, sobre todo, el silencio, la quietud y la paz, condiciones óptimas para la reflexión y la oración personal.
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