DESARROLLO URBANÍSTICO
Por real provisión de Carlos IV de 17 de julio de 1795, el Hospital San Sebastián fue agregado al Hospicio Real con todas sus rentas, efectos y archivo. De esta forma finalizó el proceso de concentración y racionalización de los centros benéficos y asistenciales puesto en práctica por los ilustrados reyes borbónicos, que tuvo su inicio en nuestra ciudad con la unión al hospicio en 1757 de los antiguos hospitales de la Cruz, Misericordia y Piedad. Con todo, el hospital San Sebastián continuó manteniendo la independencia de locales hasta el inevitable traslado ya mencionado de 1852.
La fachada del edifico presentaba originalmente un sencillo diseño de sólo dos plantas inspirado por el neoclasicismo reinante en el último cuarto del siglo XVIII, transformada por las obras de remodelación y modernización llevadas a cabo la década pasada, que levantaron una nueva planta. La fachada concluye en una cornisa que acentúa la horizontalidad del edificio y se ondula sobre la portada para dar acogida al escudo de armas, desmontado hace varias décadas, del obispo don Manuel Pérez – Minayo y Zumeda, auténtico propulsor del hospicio. Los materiales de construcción empleados son la mampostería y el tapial, que descansan sobre dos hiladas de sillería en la fachada, reservándose el mármol para zonas nobles como la portada.
La portada está compuesta por dos cuerpos concebidos bajo la influencia estilística del tardobarroquismo propio de la segunda mitad del siglo XVIII, que aquí presenta un innegable sabor portugués. El primer cuerpo consta de un arco de acceso escarzano con rosca de desarrollo mixtilíneo presidido en la clave por el escudo del rey Borbón Fernando VI, fundador del hospicio, enmarcado por pilastras. Dos ménsulas sostienen la cornisa que marca la división de los dos cuerpos. El segundo recuerda el diseño de un retablo – hornacina levantado sobre una peana enmarcada por parejas de pequeñas pilastras y roleos, sobre la que se abre una hornacina con arco de medio punto, que fue avenerada en su interior, y cobija una escultura en mármol de la Virgen. La hornacina está enmarcada por pilastras que sostienen un frontón triangular a manera de tejaroz a dos aguas con cabeza de angelote. Sobre éste, bajo la cornisa ondulada de remate de la fachada, se encontraba el ya mencionado escudo de armas del obispo Pérez – Minayo, conservado en la actualidad en el Museo Arqueológico Provincial.
En el interior el edificio mantiene parte de la estructura original destacando: la capilla, que abre sus puertas a la calle Pedro de Valdivia, de una sola nave con bóveda rematada por cúpula ante el presbiterio; dos patios, el principal, con cuatro crujías y pilares con arcos de medio punto, y el trasero, que conserva dos brocales de mármol de finales del siglo XVIII y, por último, la magnífica escalera situada en un ángulo del patio principal, la cual podemos considerar como la de mayor relevancia arquitectónica de la ciudad. Ésta, estilísticamente, responde a modelos propios del tránsito entre el rococó y el incipiente neoclasicismo de la época. La escalera, de planta rectangular, se desarrolla en altura en dos tramos con descansillo intermedio y se cubre con bóveda y cúpula sobre pechinas. Construida en mármol, sus muros de mampostería y tapial están cubiertos por yesería pintada que forman molduras mixtilíneas decorativas, como la que enmarca el balcón con herraje dieciochesco que asoma sobre el primer tramo de subida, o aquellas que enmarcan los cuatro cuarteles de las armas del obispo Pérez - Minayo. A finales del siglo XIX y durante el primer tercio del siglo XX fue remodelada al levantarse una linterna acristalada con estructura de hierro, se montan el farol y el pasamanos de latón dorado y se decoran los paramentos con pinturas al óleo sobre lienzo con escenas de contenido religioso – médico, presidas por la “Piedad”, de las que es autor Lillo.
Finalmente, es digno de destacar la presencia de una escultura, apeada de su pedestal, que representa el retrato orante del capitán don Sebastián Montero de Espinosa. Éste, de rodillas y con las manos unidas en actitud de oración, está tallado en mármol y está vestido con la indumentaria propia de un cortesano de la época de Felipe III.
Existieron en la ciudad otros centros hospitalarios de los que tenemos noticias, pero que no pueden ser descritos sus emplazamientos por haber desaparecido. Sabemos que el más antiguo fue el de la Concepción, que estuvo situado en la calle Concepción Baja, conocido con el nombre del Hospital de San Andrés y fundado a mediados del siglo XV. Tuvo entre sus fondos muebles tres pequeños retablos de Luis de Morales, uno de ellos con la tabla de la “Virgen del Pajarito”, de 1546. Otro fue el de la Piedad o de la Misericordia, fundado alrededor de 1485 y dedicado a las obras de misericordia, conteniendo un cementerio. Debió estar instalado en el Campo de San Juan, esquina a la calle del Obispo (hoy Banco del Mediterráneo), que fue en el siglo XIX un teatro y más tarde el Hotel Central y el Hotel Garrido. En su fachada contenía la imagen de la Piedad, muy venerada en la ciudad por sus milagros, y que se trasladó al Hospital San Sebastián. Otros centros fueron el Hospital de la Cruz o de la Vera Cruz, instalado junto al Campo de la Cruz, en la manzana comprendida por las actuales calles Prim, Abril y Espronceda, y el Hospital de Santa Catalina, que debió encontrarse en las proximidades de la plazuela de la Soledad. Los que no desaparecieron con anterioridad, caso de los hospitales de la Concepción o el de Santa Catalina, fueron incorporados al Hospicio Real en 1757, si exceptuamos, el Hospital San Sebastián. Con la ley de Beneficiencia de 1849, todos estos centro benéfico – asistenciales pasaron a tener carácter provincial.
Cercano
al Hospital, y sirviendo de cierre a la Plaza, otro edificio significativo
es el Teatro López de Ayala. El originario fue inaugurado el día
30 de octubre de 1886, cuyo proyecto se debió al arquitecto D. Tomás
Brioso. Su construcción se dilató desde 1861 hasta 1881, con cambios
de proyectos y arquitectos. Se concibió con una capacidad para 1650
personas. Al llegar la Guerra Civil sufrió un desgraciado incendio
el mismo día 14 de agosto de 1936, quedando totalmente destruido,
por lo que se hizo necesario un plan de reconstrucción. La dirección
y proyecto de restauración corrió a cargo del arquitecto D. Luis
Morcillo (autor igualmente del Teatro Menacho), desde diciembre
de 1937. Después de muchas vicisitudes finalizó el proyecto el arquitecto
Martín Corral a partir de 1940. No presenta el edificio un valor
artístico especialmente relevante, aunque es de tener en cuenta
sus funciones de ocio y de encuentro para los habitantes pacenses,
motivo por el que ha sufrido una importante remodelación a cargo
de los arquitectos J. Martínez y C. Bravo, con una capacidad para
800 espectadores y un foso para la orquesta de 80 músicos. Comodidad,
nuevas tecnologías y perfeccionamiento del sonido han logrado que
los pacenses recuperen ese lugar de ocio, ya histórico, de la ciudad.
Fue inaugurado en su nueva etapa el 20 de mayo de 1993.
Un poco más alejado se encuentra la antigua Plaza de Toros, en la Ronda del Pilar (antes Avenida de José Antonio), que se inauguró el 14 de agosto de 1859, sufriendo una restauración en 1890 que amplió su capacidad hasta 9000 espectadores. Se utilizó hasta el año 1967 en que se construye la nueva Plaza en la Avenida de Pardalera. Su emplazamiento representó una forma de aprovechar el espacio muerto que quedaba en el baluarte de la muralla llamado de “San Roque”, suponiendo esto el poner en práctica la política de reutilización del sistema Vauban que entonces se pretendía, aunque después no se continuara. Su concepto estilístico responde al gusto de la época, en el que aparecen elementos historicistas que se hicieron representar en otras plazas como la de Granada y otros cosos españoles de la época. << Anterior | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | Siguiente >>
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